El taxista se puso chulo

El sábado quedamos el Negro, el Cabrilla y yo para tomar cervezas en La Fábrica (Plaza de Armas). Cyrano no vino porque se ha ido a Alemania a ver a la Selección el muy sinvergüenza. Nos pusimos en los tiradores a darle al manubrio sin conocimiento alguno… Salimos de allí tan contentillos que decidimos dejar el coche en el parking. Cogimos un taxi hasta llegar a Alfonso. ¡4 euros y pico! Y eso que es una recta de un par de kilómetros vamos…Eso sí, del cabreo le dimos el dinero justo, pero en monedas de 10 y 20 céntimos, jeje. ¡Usureros! Setecientas y pico pelas. Tras el mosqueo, entramos en la terraza.

Doce de la noche. Había buen ambiente, pero sin agobios. En uno de los típicos codazos para pedir copas, le di sin querer a una chica acojonante. ¡Vaya tía! El Negro activó su escáner visual de arriba abajo varias veces. Le gustaba a él también, pero como es cascarón de huevo porque está casado, se jode y no liga. “Hola, me llamo Conde” (bueno, le dije mi nombre de verdad, claro…). Ella, superagradabilísima me respondió con un “No te he preguntado cómo te llamas”. ¡Todavía me gustaba más! Me encantan las mujeres difíciles. Me puse el uniforme, saqué el pico y la pala, me descamisé, tiré de repertorio, de frases antológicas, de los consejos del Maestro Miyagui. No escatimé esfuerzos y eso que la niña bebía Johnnie etiqueta negra como si fuera su último deseo. El trabajo me costó cinco copazos. ¡Encima whiskera! De las que le gustan a mi abuela para mí…
Conseguí bailar con ella un temita. Mis meneos de cintura después de tres clases de salsa me ayudaron a pegarme a ella con intenciones impuras sin que se notara. Mision cumplida. Conseguí su móvil y que nos llevara en su coche hasta el parking de Plaza de Armas. El domingo quedé para tomar café y, sí, beso casto en la mejilla. El Conde se enamora.

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