La boda del Cafre

El Cafre, -también conocido entre sus amigos como «El Salvaje»-, se ha casado. La afortunada es mi amiga Eli. Ambos sufrieron una «Boda Express» en una iglesia de Cantillana. Diez minutos de ceremonia y para fuera. Impresionante. Uno no sabe si estar contento porque el cura no alargó el asunto con el calor que hacía o si desilusionarse porque allí fue todo tan rápido que los propios novios se preguntaron a sí mismos si habían dado el «Sí quiero». Para colmo en la iglesia había una nutrida representación de gente que pasaba olímpicamente de la boda y convirtió aquello en una especie de sala de charla. Viene a ser algo así como «¡aaaah! como la boda no es mía…». En fin, a unos nos educan de una forma y a otros de ninguna. Pasado el mal trago, los novios se montaron en el Cadillac guapetón que habían alquilado y que el Flequi condujo de maravilla. ¡Vaya monada de buga! Allí lloraron hasta los balcones de emoción. Llegamos al convite. Canapés, primer plato, segundo, postre y ¡cubateo! Es decir, primero se cumplen los trámites necesarios para que el alcohol caiga en blandito y no directamente el estómago, como le pasó al Isi, que pilló el ron miel por banda y con el rollo de «¡qué suavito está! y ¡qué bien entra!» acabó por ver una playa justo antes de «extrovertirse» en el sentido más literal de la palabra. Lo de la playa estaría bien si no fuera porque estábamos en medio del campo en Sevilla…La orquesta no sé cómo se llamaba pero fue la mar de divertida con los clásicos: «Paquito el chocolatero», «El caballo camina p’alante…». Al finalizar la noche los novios se fueron para su nueva casa que, previamente, ya habían preparado sus amigos con canicas en la cama, vasitos que se derraman por el suelo y todas esas putadas que se hacen a unos novios amigos… A la mañana siguiente, el Cafre nos llamó para citarnos para una nueva fiesta: la «Llegada» de Soltero. No tiene arreglo.

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