El maldito garrafón

Hasta el día de hoy, el tema del garrafón lo he tratado como broma o como un accesorio más para adornar las muchas cosas que me ocurren cuando salgo por ahí. Pero hoy no. Mientras escribo estas líneas me encuentro en medio de una de esas resacas absurdas que nos provoca la presunta basura que nos dan en muchas discotecas. Dos copas. Sólo dos. Ni un gramo más de alcohol porque era domingo y había que trabajar el lunes. Pero ni por esas. Decidí tomar whisky «etiqueta roja» en lugar del «etiqueta negra» porque, total, para dos copas. ¡Y no veáis cómo me arrepiento! Mientras aporreo cada una de estas teclas, el estómago se está batiendo en duelo con la cabeza, a ver quién duele más de los dos. Gana el de arriba. Mientras más buena está la camarera y más lascivamente te mira, más veneno asegurado. Y la de esta noche me sonreía como si quisiera acostarse conmigo. A Dios pongo por testigo que nunca más pediré un whisky de marca común. Las dos copas «presuntamente» asesinas me las tomé en una de las terrazas de la zona del Parque de María Luisa. Casi todos sabemos que esto es indemostrable, pero bueno… Sólo han sido dos copas, joder. Dos. Y la última ni la apuré. Mira que juré no volver a hacerlo, pero nada, caí en el error y pedí el Johnnie Walker Rojo. Ha sido llegar a casa y aparecer los famosos ardores que uno admite y da por buenos cuando la noche ha sido de repóker, has saludado al lechero y a tu hermano el formal que se iba a trabajar, y has dejado tu huella en una docena de vasos. Pero no es el caso. Llevaba dos horas dando vueltas en la cama y he pensado que quién mejor que vosotros para comprenderme, compañeros de la noche. A los presuntos culpables: Menos dinero en go-go’s y camareras jamonas y más inversión en calidad, que os damos de comer y vosotros nos buscáis una enfermedad de estómago. ¡Ay!

Comments are closed.