El Gorila de Bilindo y los daneses

Nos quedamos ya sin noches de verano, sin terrazas, sin chicas que aligeran su vestuario y, por suerte, sin canción del verano, aunque, la verdad es que va a tener que volver Georgie Dann porque salvo el Papichulo y poco más, los pinchas de las terrazas han tenido que tirar del archivo de veranos pasados para mover al personal. Sin embargo, éste sí ha sido un verano divertido con los gorilas de las locales. Sitúense. Terraza archiconocida del Parque de María Luisa. Dos de la madrugada. Dos amigos daneses, Juan y Maria (bueno, así los llamamos nosotros porque sus nombres reales son la leche), se disponían a conocer la noche sevillana. Antes les habíamos advertido de las dificultades para entrar en algunos locales, así que les pedimos que moderaran la vestimenta. Y lo hicieron. Pero, por desgracia, el portero, que por cierto es clavado a Pancho Céspedes, y su secuaz no los consideraron suficientemente fashion. Hasta ahí, nada que se salga de la crónica de una noche en Sevilla. Pero lo alucinante fue la respuesta: «No sois clientes habituales». Toma ya. Mil personas marcándose bailes y copas de puertas adentro y, de forma increíble, conoce todas las caras. Ya ni siquiera sueltan aquellos mensajes tipo Gestapo de «¿Tienes carnet de Socio?», «Son 5.000», «Fiesta Privada, lo siento» ó «¿Termina su DNI en número impar y lleva calzoncillos rojos?». Nada, nada. Ahora te hacen sentir como un imbécil doblemente. En primer lugar porque mientras te soltaban semejante estupidez sobre si eres o no cliente habitual, pasaban por su lado unas chicas estupendas sin índice de «habituabilidad conocido» y, en segundo lugar, esto es como el cuento de la Buena Pipa : si no te dejan entrar una primera vez, ¿cuándo ascenderás a «habitual»? Lo peor es que sales a otras ciudades y ves que, salvo estúpidas excepciones, vas a discotecas que le dan mil vueltas a las de aquí, sin garrafón y, pagando, no hay problema. ¿Solución? Le hicimos caso a un par de chavales que nos dieron entradas para Doblón y allí estuvimos hasta que los daneses creyeron que, realmente, sus nombres eran Juan y María.

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