La mujer leona y cabrona

Ella siempre tiene argumentos aplastantes para conseguir sus propósitos

Ella siempre tiene argumentos aplastantes para conseguir sus propósitos

Lo de ligar es algo que no a todo el mundo se le da bien. Hay personas que llegan a los veintitantos y siguen sin rascar bola. Y eso, como dice mi amigo Paco, puede hacer que se te cierre en falso el agujerillo. Es lo que se llama un problema.

Llega entonces el momento en el que tú, canalla hombre o mujer, debes decidir entre dar marcha atrás y ver si sigue por ti ésa o ése que no te pone mucho pero que, al menos, es buena gente. Es el momento, seamos, claros, de decidir entre seguir tocándote o que te toquen con cierta seguridad y periodicidad.

Pero, maldición, a algunos hombres -y seguro que también a alguna mujer, pero hoy trato el asunto que conozco- les da por irse con lo peorcito. Con la que siempre quería ser delegada de clase pero sus compañeros nunca le votaban. Con la que siempre quería mandar en su pandilla, pero nadie le hacía caso. Con la que siempre intentaba convencer a los demás de que la quedaba jugando a lo que fuera porque le gustaba. Con la que atraía el sol cuando sacaba el paraguas. Esto es, señoras y señores, la mujer leona y gafe. Una mujer con tanta mala leche acumulada que se puede considerar en sí misma un demonio sin rabo pero con muchos cuernos.

Son muchos años sintiendo la frustración de no mandar nada de nada. Suelen tener un hermano mayor que, día a día, se refería a ella por motes como “gorda”, “elefanta”, “foca silvestre”, “mamá mira la cabrona ésta…”.

Y, joder, ¿qué hacías ese día en la discoteca hombre de Dios? Te fijaste en su cuerpo y decidiste volver a mirarle a la cara. “La belleza está en el interior”, te decías a ti mismo, pero, coño, ni por ésas. Enfundada en ese traje comprado en “Confecciones lo que sea” un par de temporadas antes, cuando se llevaban las hombreras, te mira a lo Sharon Stone. Y tú, alma de Dios, llevas muchas copas para discernir entre el bien y el mal. Eres carne de cañón. A las dos horas, estás con ella viendo amanecer  en un descampado de feria municipal. A lo peor se te ha quedado dormida. Descubres que ronca y espetas un interiorizado  “¡Coño, qué fea!” que, posteriormente, te repetirás a diario toda tu vida cuando te plantees porqué no la ignoraste a la tarde siguiente cuando te llamó para tomar café; a las dos noches, ya te dice que para no gastar, mejor os quedaís viendo una peli en casa (tiene hambre de sexo porque el atraso es mucho). Literalmente, te viola. Y es por ahí por dónde intentas convencer a tus amigos. “No veas cómo es en la cama”, comentas a tu compañero mientras juegas a la Play -algo que no volverás a hacer en años venideros- y él, para no hacerte daño, suelta un socorrido “Jí, ¿no? no vea tú…”. Interiormente, no sabe cómo decirte que te alejes del engendro.

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