Perdido en un puñado de segundos

eltiempoNueve menos cuarto de la mañana. Suena el despertador. Es el comienzo de un nuevo día de trabajo, atascos, retos y estrés a raudales. Es el inicio de todo eso que tan poco me gusta pero que tanto necesito. A veces, lo pido a gritos para no dejar hueco al pensamiento. Sin embargo, antes de que todo eso ocurra, hay un momento que dura sólo unos segundos, en el que me quedaría durante horas.

Ese pequeño trance -entre el sueño profundo y la conciencia plena del nuevo día- es para mí un trasunto de paz. Es un momento en el que no hay alegría o tristeza, no hay tiempo, no hay edad. No hay nada más que algo cercano a tu propio ser. No hay vínculo con el tiempo y la mente no juzga, no te lleva hacia adelante o hacia atrás en el tiempo. No te recuerda si anoche perdistes a un ser querido y lo llorastes hasta quedar dormido o si, fruto del azar, te convertiste en el mayor de los millonarios. Es tu esencia, sin tiempo, sin prejuicios, sin la identificación con el “yo” que, en unos minutos, se autocompadecerá de sí mismo bajo la ducha por ese largo día que tan cuesta arriba se presenta.

A veces, en días de tranquilidad, consigo prolongar ese período sin esfuerzo. Con esfuerzo es imposible, puesto que ya entra en juego la mente y, con ella, todo el torrente de creatividad, alegría, pena o ¿indiferencia? No, la mente no está diseñada para la indiferencia. Lo más parecido que sabe hacer el hombre es sacar o, mejor dicho, introducir en ella un falso pasotismo que, por más que lo disfracemos, no deja de ser una insoportable y peligrosa indolencia. Con los años, ese “ignorar lo que no nos gusta aún sabiendo que no está bien” vendrá disfrazado de emoción con ganas de hacer travesuras al subconsciente. Y ahí no podremos hacer más que dejar pasar, dejar hacer.

En esos días de prolongación del estado de semiconsciencia -oyes, ves y te puedes mover, pero no puedes juzgar porque, no lo olvides, tu mente aún duerme- he llegado a perderme, paradójicamente, en los 2 metros cuadrados de cama que tengo. Sabes donde estás, pero no qué hora es, porque es la mente la que pone etiquetas a todo, y el tiempo es otra etiqueta. Por eso, a veces, esto te puede ocurrir no sólo al levantarte antes de irte a tu jungla cotidiana, sino también de madrugada. Ahí, con la ayuda del silencio, la sensación es aún mayor. La oscuridad puede darte no sólo esa paz, sino también ser la antesala a toda una serie de sonidos e imágenes tan nítidos que nunca podrían llegar a tu cerebro a través de los sentidos “tradicionales”.

Pero la mente está ahí, y se agarra al tiempo, y te recuerda que acabó la noche, comenzó el día y, con él, tu vida cotidiana. Casi de un plumazo te saca de esa sala de estar placentera en la que has permanecido unos segundos y en la que has querido perderte. Estás despierto, te espera la ducha. Tu día a día es tu brújula y ella no te permite que te pierdas en esos segundos.

Sin embargo, no lo olvides, sólo tú puedes hacer que esa sala de espera sea el pasillo hacia un día feliz, pegado a una mente que tú controles para sacarle partido, para sacarle el jugo a la vida o, por el contrario, se convierta en un saco insoportable que llevarás sobre los hombros todo el día recordánte, a cada minuto, que lo que estás haciendo no te gusta y que es “lo peor”.

Si siempre hay “una vida mejor”, piensa que siempre hay una peor o mucho peor, pero incluso en esa tan mala, puedes perderte en esos segundos en los que tu mente se ha quedado dormida… Aprovéchalos para construir.

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