La morcilla roja de Buddha

Las chicas empiezan a pasear con vestidos sueltecitos, con sus tobillitos al aire, con camisetas que dicen verdaderas guarradas como “Estoy caliente”, “Tócame” o “Estas dos son para ti”, pero como lo pone en inglés, sus padres y/o novios las dejan salir a la calle de esa guisa. Indecentes. Es lo que tiene el calor en Sevilla que, lejos de ser una maravilla, al menos consigue lo que mi amigo Pepe anhela y nunca consigue: que las mujeres se quiten ropa de encima.
Con el calor llegan las terrazas. Esta noche, por ejemplo, inauguran Babilonia con sus cachimbitas light de vainilla, sus camareros vestidos de enfermeros, sus camareras guapetonas y sus copas subiditas de precio. Pero da igual porque, como en los buenos restaurantes, da igual pagar mucho cuando el servicio es de calidad. Allí estaré esta noche. Como veréis, se amontona el trabajo porque el jueves pasado tuve que ir a la inauguración de la terraza de Buddha. Estuvo bien, con su demonio que escupía fuego y todo. La decoración chula, como siempre, y la música mejorable, como en todos los locales. Mención especial a la mujer-rubia-morcilla del traje rojo que llevaba una flor en la oreja. Se le marcaba todo, todo y todo. “Eso es un culo y no lo que le quita mi madre a los tomates”, gritó Pepe, quien, dicho sea de paso, nunca ha sido muy fino para los piropos. La chica era mona, sí, pero vamos, que no podía ni sentarse de lo apretado que llevaba el atuendo. Tenía novio, pero le daba igual porque, con él al lado, se dejó tirar los tiestos por los dos o tres “heteros” que había según mi amiga Silvia. Ella asegura que “había mil mujeres y unos cuantos hombres, casi todos gays”. Prejuiciosa. Las mujeres no saben qué decir cuando no ligan… (Perdona, Silvia). En definitiva: llegan las terrazas y vuestro enviado especial en la noche estará allí, sufriendo por vosotros, para contarlo.

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