¡Hasta pronto Ibiza!

Hoy es el último día que cuento algo sobre Ibiza. Allí me lo pasé estupendamente, pero ya me empiezan a suceder cosas divertidas en esta, nuestra ¿magnífica? ciudad y mi deber es servir a la actualidad de la fauna nocturna hispalense. No obstante, es imposible olvidar la impresionante discoteca «Privilege». Es la más grande del mundo. Desde luego, no he visto ninguna en la que quepan más cafres por metro cuadrado. Allí había, como en todas las discos ibicencas, gente con camiseta, sin camiseta, con media camiseta, con «setas», sin cami, de las alucinógenas (esas las intuí cuando un chico me miraba fijamente con esa carita de tener, como se dice aquí, «un tirito dao») y todo eso que no es nada nuevo.

Era la «Manumission», un fiestorro con pantallas, proyecciones y un grupo de rock que irrumpe en un escenario en medio del house más fabuloso con unas guitarras y unos ropajes y pinturas al estilo de la banda rockera «Kiss». Rodeaban al cantante unas veinte chicas buenisísimas completamente en pelota picada (sólo llevaban adosado un rabo en la parte trasera…para hacerlas más demoniacas) pero, eso sí, pintarraqueadas por todo el cuerpo. Allí me ocurrió algo curioso: una camarera juraba que lo que me había echado era whisky y yo le repetía que a mí se me puede engañar con el sabor de la leche o de la sopa avecrem, pero sé distinguir el johnnie a leguas y aquello era ron fijo… Hombre, después de haber pagado 12 euros por un copazo, qué menos que beber lo que has pedido. Poco ayudaba el atontao que tenía a mi lado que se estaba bebiendo, por confusión, mi whisky en lugar de su ron y ni se daba cuenta. ¡Claro, como estos jóvenes beben por vicio, no tienen paladar! No como yo. La convencí. En la puerta donamos a una pandilla de farloperos anónimos las pulseras que nos habían dado derecho a entrar a la fiesta. Fue nuestra última juerga allí. Al día siguiente, un avión de hélice, en el que nos faltó pedalear para despegar, nos trajo a nuestra Sevilla querida. Hasta pronto, Ibiza.

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