Botellón de puretas

Nadie quería seguirme la corriente, pero al final conseguí que el Cabrilla, el Negro y Cyrano se vinieran conmigo el sábado por la noche a hacer eso que critican tanto los políticos, vecinos, dueños de bares, etcétera. Vamos, los quejicas del botellón. Saqué nuestro «guante amuleto», un cacho de lana que nos pasábamos hace algunos años, cuando esta práctica era habitual entre nosotros, y que rescaté de la guantera del Renault 5 antes de que la prensa chatarrera lo destrozara. Aquel guante, deformado, sin color y más tieso que lo más tieso que se os ocurra, era lo que utilizábamos en las botellonas invernales para no congelarnos los dedos al echarnos hielo. Su presencia desató una corriente de leves sonrisas, como una cinta del Tijeritas o una camiseta de Naranjito. Ese guante nos recordó a todos que estamos pasados de moda para el botellón y que los reyes son ahora los chicos con camisas de «marca» compradas en el Parque Alcosa que agarran la cintura de algo que está entre niña y mujer, pero que juega a lo segundo con un cigarro en una mano y de contrapeso un cubata casi igual de alto que ella. Pero lo bueno nunca muere. El Cabrilla puso a prueba el equipo de sonido de su Mercedes ante el transistor venido a más del Seat León del «Canitronic», -dícese del ‘cani’ tecnificado cuyo coche parece escanear el suelo con una luz azul-, que se nos puso al lado. Aquel «Rythm is a dancer» de Snap pudo con el «Baila morena…». Nos tuvimos que ir porque el Cani, que tenía los ojos como los faros del Titanic, se puso agresivo. Pasamos de malos rollos. Aquel chaval acabaría la noche como la empezó: hasta el culo de pastillas y quién sabe qué mas. Nosotros, sin embargo, preferimos las carreras de fondo y vivir la vida un poquito más para tener que contar, algún día, más historias como la del «guante amuleto”.

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