La difícil vida del trabajador de la noche

Hoy siento la necesidad de hablar de los trabajadores de la noche, -no de los empresarios-, porque algunos se lo merecen. Podríamos empezar por los porteros. Siempre pensamos que no tienen cerebro y que el traje le aprieta en su brazo, que es como nuestra pierna, porque se lo compran pequeñito para marcar. Creemos que sólo saben decir cuatro frases: «Aforo completo», «¿Tiene carnet de socio?», «La chica puede pasar, el chico son X euros» o «Lo siento. Fiesta privada». Pero son humanos y a veces, si esperáis en la puerta, podréis ver a alguno sonreir un poco. Pero solo un poco. La chica del guardarropa suele ser la más inteligente porque si no anda lista se le monta un lío entre los abrigos del Carrefour, los del mercadillo del Charco la Pava y los de Yves Saint Laurent y claro, los «normales», los «pobres» y los «pijos», respectivamente, pueden montar un pollo proporcional al alcohol que hayan bebido dentro si se pierde algún abrigo. Tiene que ser aburrido aguantar toda la noche ahí en un agujero en el que apenas caben los abrigos mientras ves como afuera de la cueva la gente baila, liga o se comen unos a otros. Los encargados son los mejores. ¿Quién no conoce a alguno? Lo que pasa es que nunca tienen el móvil abierto cuando el portero no nos deja pasar y cita como un robot las cuatro frases de antes, pero bueno. Llegamos a las musas: las camareras. Casi todas son guapas, preciosas, van medio desnudas y te sonríen. Patri, Angie, Carmela, May y la niña guapa del Bramante, en Dos Hermanas, (ésta es la mejor de todas). Muchas se pagan sus estudios haciendo esa labor para la que se visten como «pilinguis» (Estos padres…) Y, por último, los DJ’s, que siempre me dicen lo mismo: «Somos buenos hasta que el dueño opina sobre lo que la gente quiere y manda a pinchar cosas como un poco de ‘house’ del Fary».

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